Félix Jiménez de la Plata y Ávila, juez de instrucción del partido de Marbella

Estado de los frescos de la Sala de Justicia de la Casa Consistorial de Marbella, 1948. Fuente: Legado Temboury, tb4981a. Fotografís: Adolfo Fernández Casamayor,

Félix Jiménez de la Plata y Ávila era hijo de un funcionario del cuerpo de empleados de Aduanas y de la malagueña Manuela Ávila Liceras. Había nacido en la isla de Puerto Rico pero, creció en Málaga. Llegó a esta ciudad con apenas siete años, al conseguir su padre la plaza de vista segundo de la aduana, en marzo de 1867. En los años setenta y ochenta, tanto él como su hermano Manuel formaron parte de lo que la prensa de la época denominaba “jóvenes de la buena sociedad malagueña”. Era habitual encontrar a los Jiménez de la Plata en los principales eventos lúdicos, como el baile de máscaras celebrado en febrero de 1876 en el Teatro Principal, o actividades deportivas, como las regatas del Club Mediterráneo, del que su padre era directivo. Igualmente, en los bazares de beneficencia, patrocinados por las damas de la burguesía malagueña, estaban presente las mujeres de la familia con donantes de valiosos objetos.

Los familiares malagueños de Félix Jiménez de la Plata eran afines al Partido Liberal, militantes de agrupaciones políticas vinculadas a Sagasta y contrarios a la facción partidaria del marbellero José López Domínguez.

Tras obtener el título de licenciado en Derecho Civil y Canónico con tan solo 21 años –en 31 de agosto de 1881—, ejerció de abogado en Málaga durante más de cinco años y, en 1887, fue juez municipal suplente del distrito de Santo Domingo. El 7 de agosto de 1888 ingresó en la carrera judicial como juez del juzgado de primera instancia del partido de Madridejos (Toledo). Poco tiempo después, el 20 de noviembre, murió su padre víctima de una dolorosa catástrofe ocurrida en Málaga diez días antes. Avisado el joven juez, llegó a Málaga la noche del 18 de noviembre y “pudo aún abrazar a su padre” en su lecho. Parece que el fallecimiento de su padre le produjo tal aflicción que le fue imposible retomar sus obligaciones judiciales como era debido. Por lo que la Audiencia de Toledo dictó “auto de procesamiento y suspensión en el ejercicio de su cargo”. Fue declarado cesante el 19 de septiembre de 1889.

En el verano siguiente fue nombrado electo del juzgado asturiano de Castropol. Pero, no sería hasta el 25 de noviembre 1890 –dos años después del fallecimiento de su padre— cuando tomase posesión, en la provincia de Málaga, del juzgado de primera instancia de Gaucín y su partido. Tenía 30 años. Poco después contrajo matrimonio con una joven gaucileña, María Galán. Allí nacerán su hijo Félix y su hija Ángela.

Tras un periodo de excedencia y varios nombramientos como electo fuera de la provincia de Málaga, el 9 de marzo de 1896 tomó posesión como titular del juzgado de primera instancia de Marbella. Se instaló, con su familia, en la misma sede judicial, en la casa solariega de los Domínguez de la plazuela de San Bernabé –donde durmió Felipe IV, además de haber nacido, precisamente, el general López Domínguez—. Llevaba tan solo tres meses en el cargo cuando se hizo evidente su enemistad política con la burguesía dirigente marbellera. El pariente de López Domínguez y senador Joaquín Chinchilla Diez de Oñate, cacique marbellense –nacido en Órgiva—, pidió al ministro de Gracia y Justicia su traslado por ser incompatible en este partido judicial. Apelaba al artículo de la Ley en vigor, según el cual no podía ejercer como juez de instrucción quien a cuya jurisdicción perteneciera “el pueblo en que él ó su mujer, ó los parientes de uno ó de otro en línea recta ó en la trasversal dentro del cuarto grado civil de consanguinidad, ó segundo de afinidad, poseyeren bienes raíces, ó ejercieren alguna industria, comercio ó granjería”. Pero, si bien su padre y su tío Joaquín habían sido socios de «La Amistad», sociedad que en 1875 arrendaba la mina de arenas ferruginosas nombrada «El Porvenir», situada en la zona de Arroyo Segundo –leí en la Isla de Arriarán, 9—, ya no lo eran. Sin duda, se refería el senador a sus tíos Cayetano Rafael Ardois y Concepción Ávila Liceras, que, aunque sin empadronar, desde 1894 residían de forma habitual en la casa número 9 de la calle Ancha, que ahora se llamaba del General López Domínguez, contrincante político de su familia.

En 1897, el político local Amador Belón Pellizó vivía en el número 11 de la calle Nueva. Su familia era numerosa y la menor de sus hijas, Concepción, tenía tan solo 14 años. No obstante, a mediados de septiembre de 1898, aquella quinceañera fue protagonista de un “suceso misterioso” relatado, primero, en la prensa malagueña y, después, en la nacional por estar implicado el juez de instrucción marbellí en «El rapto de una señorita» –reseñado en Miedo, pobreza e irrealidad de Andrés García Baena—.

La influyente familia de la joven raptada puso los hechos en conocimiento de la Audiencia territorial de Granada que ordenó una inspección judicial. Nombró como abogado fiscal al de la Audiencia provincial de Málaga, Juan Parrizas e Ibáñez, y como juez especial, al experimentado e integro juez de instrucción de Colmenar, Enrique Miranda y Godoy. Encargados de depurar “los hechos que tanta alarma” habían producido en la ciudad –según La Unión Mercantil—, ambos salieron para Marbella el 18 de octubre. Aunque las actuaciones sumariales se realizaron con “absoluta reserva”, a la semana siguiente, se conoció, a través de El Imparcial –periódico de los parientes del senador Chinchilla—, la declaración de la familia Belón. Donde se afirmaba que la joven salió de su casa acompañada por Amadora González, esposa de un empleado de Tabacalera en Marbella. Que, ambas tomaron un carruaje que las esperaba a las afueras de la ciudad, en el ventorrillo de Cano, junto a la ermita de la Virgen del Carmen. Y que, en el camino de su casa al ventorrillo, se les unió un hombre que las acompañó hasta el carruaje y las despidió al partir hacia Málaga, “dejando en manos de la criada una suma de relativa importancia”. También, que la muchacha aseguró “que le prometió reunirse con ella muy en breve”. Además, el periódico destacaba que de “rumor público” se sabía que el marido de la tal Amadora era un protegido del juez Jiménez de la Plata, “a cuya influencia debe el puesto” que tenía en Tabacalera.

A los pocos días del “suceso amoroso” –como lo calificó La Unión Mercantil—, fue un hermano de Concepción –seguramente Enrique, que era el mayor—, quien la encontró en Málaga. Pero, no la encontró en compañía del juez de Marbella sino en un colegio de monjas que había en la calle Madre de Dios, donde fue inscrita con nombre supuesto por una tía ficticia. Por ese motivo, corrió por la localidad el rumor de que la joven quería ser monja y el juez intervino “por razón de su cargo”. Aunque, los más entendidos en política municipal, aseguraron que todo había sido producto de intrigas de la localidad. Así, un antiguo empleado de la cárcel del partido marbellí llegó a declarar que “la maldita política tiene la culpa de todo”.

Uno de los primeros autos dictados por el juez especial Miranda sería el de encarcelamiento de la falsa tía, Amadora González. Fue inútil, ya que nadie dio razón de su paradero. Después, dirigió un exhorto al juzgado del distrito de la Merced. Donde, durante los primeros días de noviembre, sor Alexia, la madre superiora del colegio; el dueño de la empresa de carruajes donde se alquiló el coche; el antiguo empleado de la cárcel de Marbella, antes referido, y varios funcionarios de la jefatura de vigilancia prestaron declaración ante el juez municipal Manuel Altolaguirre y Álvarez, en presencia del “digno e ilustrado” fiscal Juan Parrizas.

El 31 de octubre, Enrique Miranda fue nombrado juez electo de Mahón y, por tal motivo, se anunció que para continuar las diligencias sumariales, sería sustituido por el juez de Ronda, Fernando Moreno Fernández de Rodas. Pero, Miranda, que finalmente continuó en el juzgado de Colmenar –hasta el verano de 1901 en que permutó con el juez del partido de Estepona—, dictó auto de procesamiento de Félix Jiménez de la Plata y Ávila el 8 de noviembre.

A estas alturas del «proceso de Marbella», toda la prensa nacional comparaba el «rapto de Marbella» con una comedia de Tirso de Molina. Incluso se habían publicado poesías como la aparecida en La Región Extremeña, que decía:

El señor Juez de Marbella
según leo emocionado
ha sido ahora procesado
por un rapto de una ella
o sea una señorita
de aquella localidad
de quince abriles de edad
y un asombro de bonita.
Habrá quien se escandalice
de que todo un Juez severo,
que de seguro es soltero,
de ese modo se electrice;
pero yo le absuelvo en vez
de un fallo condenatorio;
¡porque no quita lo Juez
a lo Tenorio!
Lo malo para el raptor
si vale profetizar,
es que haya Comendador
que le pueda reventar!

Pero fue “Un amante de la Justicia” –de rumor marbellero, pariente de una monja del convento malagueño—, el autor de «La novela de mi pueblo». Una carta en cuatro actos que, sin ningún reparo, publicó La Unión Mercantil dos días antes de ser dictado el auto de procesamiento. En ella, aunque reconocía que el caso se enmarcaba en el más puro estilo de la comedia de capa y espada, el autor corroboraba la versión de la familia e insistía en la culpabilidad del juez de Marbella: “él gallardo y calavera, ella inocente y poco experimentada en lideres amorosas”. Aseguraba que la carta que ella dejó a su familia, despidiéndose para ingresar en un convento, se la había dictado él: “resquemores y agravios recibidos en esta casa me obligan a abandonarla para ingresar en un convento”. Y concluía, aquel esbozo de novela, afirmando que el “funcionario llamado á velar por la tranquilidad pública” se había “convertido en perturbador de la honra ajena, envolviendo con débiles capas de legalidad, el rapto más novelesco y con más apariencias de «clasicismo», que se recuerda en este bendito rincón de Andalucía”.

La última actuación judicial de don Félix en Marbella fue realizada el 4 de noviembre. Dictó, al actuario Antonio Amores, una requisitoria para que los agentes de la policía judicial buscasen veintiocho ovejas blancas, tres negras y un carnero macho. A la vez que ordenaba la detención y remisión a la cárcel pública de la ciudad, a su disposición, de las personas en cuyo poder se hallaren las reses, si no justificaban su legítima adquisición.

Ya procesado, el juez de instrucción Jiménez de la Plata mandó una carta a La Unión Mercantil. El diario malagueño no la publicó pero, sí la comentó en su habitual apartado «En defensa propia» el 13 de noviembre. En la “extensa y llorosa carta” –decía la editorial—, su señoría calificaba “de injusta é improcedente la campaña” que se había hecho en ese medio. Añadía que todas las noticias que había publicado el periódico eran falsas y peligrosas. Y continuaba, según la columna, con una serie “de frases sin sentido, hablando de engaños, de infames fines, rastreros, miserables, canallas, etc.”. Sin embargo, La Unión Mercantil, si tenía claro que el señor juez era uno de esos “representantes del poder judicial, elevados al desempeño de tan augustas funciones por la influencia política”.

Dos días más tardes, el 15 de noviembre, una real orden lo declaraba cesante del cargo de juez de primera instancia de Marbella. En febrero de 1899 recurrirá la decisión del Ministerio de Gracia y Justicia ante el Tribunal de lo Contencioso Administrativo.

Fue nombrado el 13 de julio de 1899 para el Juzgado de primera instancia de Jarandilla de la Vera y tomó posesión el 11 de septiembre de aquel mismo año. Era juez del partido almeriense de Purchena cuando la linda Concepción falleció en Marbella, a la edad de 19 años. En septiembre de 1902 fue promovido a abogado fiscal de Jaén, de donde pasó a la Audiencia provincial de Almería con igual cargo. Unas veces de fiscal y otras como juez, recorrió media España hasta su fallecimiento ocurrido en el verano de 1920 en Albacete siendo magistrado de su Audiencia.

Solo recordar un último y curioso dato –al que ya me he referido en otros relatos—. En marzo de 1924 doña Concepción Ávila, de la que era deudor don Enrique Belón Fernández, enajenó las casas nº 9 y nº 7 de la calle de la Puerta del Mar y la nº 7 de la de Fortaleza a favor de don Manuel de Zea Cuevas –médico como su padre— y don Ángel Jiménez de la Plata Galán, su sobrino nieto, abogado e hijo del difunto magistrado don Félix Jiménez de la Plata y Ávila.

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Gracia y Justicia de la Marbella decimonónica

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