Lucio Chapresto Giménez: un riojano convertido en marbellense

Inicio de la calle Salinas. Fuente: Grupo Facebook «Marbella y su Historia»,
fotografía subida por Miguel Rodríguez Rodríguez el 8 de febrero de 2017.

Las estrechas calles del Hospital, de las Pellejas, del Viento, de la Trinidad y Salinas, como expliqué en «Religiosidad y piedad marbellera de ayer y hoy (I)», siempre constituyeron la zona del centro histórico marbellí con mayor carga sacra. Hace alrededor de medio siglo que uno de sus templos, el de los hippies marbelleros cerró. Estaba en la confluencia de la calle Salinas y Trinidad, en un antiguo accesorio del Hospital de la Encarnación –de Bazán por más señas—, señalado con el número 2. Para algunas «personas de bien», «Apple» era una manzana podrida. Para el periodista y escritor Antonio D. Olano, tenía “aire de catacumbas”. Muchos jóvenes de la época lo veneraban, al fin y al cabo las catacumbas también fueron lugares de culto. Desde luego, para Jimmy, su dueño, que había decorado sus paredes con posters y postales recibidas de todos los lugares del mundo, era celestial. Y es que la calle Salinas, como afirma el doctor Moreno, “es una calle con mucha e interesante historia pese a que no supera los cincuenta metros de longitud”. En ella, por ejemplo, entre 1888 y 1897 funcionó el «mastren» de Lucio Chapresto, un prohombre marbellense de la segunda mitad del siglo XIX que aprovecharía la desamortización de Madoz para obtener diferentes propiedades. Una de ellas fue el solar de casa con 65,60 metros cuadrados, procedente del Hospital de Bazán –un bien de beneficencia— que adquirió en el verano de 1871 por 445 pesetas. Esta lindaba por el sur con otra casa también de su propiedad. Allí instaló el ya referido «mastren». Sin embargo, con anterioridad, en la primavera de 1867, aunque le fue adjudicada por la Junta Superior de Ventas una hacienda en el término municipal de Istán con higueras, almendros y algarrobos, finalmente renunció a su adquisición.

Oriundo de la localidad riojana de Nestares, Lucio Chapresto Giménez nació a mediados de la segunda década del diecinueve. Tenía casi 40 años cuando se estableció como comerciante en Marbella. Su esposa, la malagueña Antonia Torres Ramírez, no había cumplido los 35. El matrimonio no tenía hijos pero, con ellos convivía la niña Gregoria Chapresto Bermejo, sobrina de don Lucio. Instalaron su hogar en el número 7 de la calle Caballeros, una calle estrecha pero bien habitada, en la que también estaba domiciliado Pedro de Artola y Villalobos, futuro alcalde por elección popular.

Es sabido, porque lo dejó escrito don Nicolás Cabrillana, que desde el siglo XVI “la viña para la producción de vino y pasas fue la protagonista” de la vida económica en Marbella. La uva de la cepa marbellí era muy gustosa al paladar, algo puntiaguda, dorada, suave y “delgado el hollejo”, según el erudito y canónigo de la catedral de Málaga, Cristóbal Medina Conde –que firmaba con el pseudónimo de Cecilio García de la Leña—.  Un collar de rubíes para el poeta Salvador Rueda:

Como granos de rubíes
de encendidas y de hermosas,
entre las uvas sabrosas
son las uvas marbellíes.

No es su entonación trigueña
cual la del grano vistoso
lleno de jugo sabroso
que dá la pasa rondeña.

Más luminosas y ufanas,
en ellas juntos se vén
el jugo Perojimén
y el de las cepas tempranas.

No sé si de bello mar
viene el nombre peregrino,
tomando del mar divino
que va Marbella á besar.

Pero sé que los rubíes
son entre piedras hermosos,
como entre frutos sabrosos
son las uvas marbellíes.
A las nobles moscateles
vencen en limpios cristales,
en tamaño á las parrales,
y en color á las cabrieles

Es mi fruto favorito,
y mejor el labio moja
que la uva dulce de Loja
el corazón de cabrito.

Ninguno ofrece los bienes
que él, entre finos manjares;
no valen uvas mollares,
doradillas, ni lairenes.

Lo digo; son los rubíes
entre las piedras hermosos,
como entre frutos sabrosos
son las uvas marbellíes.

Durante siglos, hasta que la filoxera se los llevó, los viñedos formaron parte del paisaje de Marbella, dominaron su campo desde el este al oeste, desde la vega a la sierra. Solo el higueral se atrevió a competir con el majuelo. En el partido de La Campiña, a poniente del río de Las Tenerías –o de La Represa— y antes de llegar a El Ángel destacaron durante el siglo XIX, entre otros, los higuerales de: Juan de Quijada, la Montua, la Pacera, Miguel Torres, Montoro, Magaña, Valdeolletas, Buenavista, Salvador Machuca y las Herrizas de Nagüeles. A levante, hasta llegar al pago de Río Real daban el dulce añogal el magnífico higueral de los Cano, el de Paco Cervera, el de Romero Escame y el de Juan Duarte. Más al este, el de Ramón García Raya –personaje al que me referí en «Gracia y Justicia marbellense, 1876-1899»—, en otros tiempos denominado como el de Castro y, ya en el partido de Las Chapas en el Coto de Los Dolores, propiedad de la poderosa casa malagueña de los Heredia, convivían la viña, el lagar y el higueral.

Así que no fue casualidad que Lucio Chapresto Giménez se instalase en Marbella, ya que como Cosme Vázquez Clavel en el Siglo de las Luces, se dedicaba al comercio de los dulces frutos del país: higos, pasas y mostos. A su llegada a la ciudad, no muy lejos del casco urbano, en La Peñuela, se hizo con una viña que más tarde arrendó al experto viñero Rafael de Alva Claro, natural de Iznate –pueblo que por tradición cultivaba y cultiva la vid— . Después en Las Chapas adquirió una hacienda en la cual, siguiendo el modelo de los Heredia –por cierto, de ascendencia riojana como él—, disponía de un meritorio higueral de higos imperiales, una espléndida viña marbellí y un lagar de piedra donde bailaban “los hombres rudos el baile del Agosto” –que versara Salvador Rueda en sus Cantos de la Vendimia—. Su linde separaba los términos de Marbella y Ojén por la cuerda de Tinaones y Gamonales. Eran sus vecinas la viña que fue de Ildefonso Giménez y la de José Casado Sánchez. Chapresto, en principio puso al frente de aquella hacienda a su cuñado Pepe –José Torres Ramírez— y años más tarde la confiaría al alborgeño Salvador Fernández Ranea, experto vinicultor y «pasero».

Además de exponer sus productos en aquella feria de ganado y agrícola que en Marbella se celebraba cada 28 de mayo –catalogada como una de las principales de España durante el siglo XIX—, don Lucio solía concurrir con sus productos marbellíes a las más importantes exposiciones de la época. Entre el 10 de mayo y el 10 de noviembre de 1876, junto a la jabonosa esteatita, la cúprica malaquita y la férrea magnetita que aportaron los ingenieros del distrito minero de Marbella, se exhibieron sus pasas de uva marbellí y sus higos imperiales secos en la Exposición Universal de Filadelfia. Chapresto fue el único expositor español de este rico producto –en su doble sentido—. La prensa consideró un fallo garrafal que los famosos higos de Fraga o los de los pueblos de las Alpujarras no estuviesen presentes en Filadelfia, dejando el paso libre a los productores griegos e italianos al mercado americano. A nivel nacional, en octubre del mismo año, participaría también en la Exposición Regional Leonesa, por su mérito, su fruta seca (higos y pasas) obtuvo la medalla de bronce. Por cierto, el afamado aguardiente de Ojén de Pedro Morales obtuvo la medalla de plata es su especialidad. Triunfaron también sus higos imperiales secos en 1880 tanto en la Exposición Artística, Industrial y Agrícola de Málaga, donde obtuvo medalla de primera clase, como en la Exposición provincial Logroñesa, donde fueron premiados con mención honorífica tanto los higos como las pasas y el vino moscatel que producía en su finca de Las Chapas.

Volviendo al ámbito familiar, su sobrina Gregoria tenía 21 años cuando contrajo matrimonio el día de Año Nuevo de 1863 con Félix García Morenas, también riojano. El joven matrimonio continuó viviendo con sus tíos varios años, incluso tras el nacimiento de su hija Juliana, en enero de 1864. Después, se afincó en Gaucín, regentaron un comercio de tejidos e incluso, Félix, fue juez municipal. Tras la ausencia de Gregoria, en 1870, don Lucio y su esposa acogieron a otra adolescente, Antonia Panyagua Torres, sobrina de doña Antonia. Entonces, también vivía con ellos, el joven dependiente, Sotero García, de 18 años. En 1879 residían en su hogar Francisca Torres Fernández, hija del primer matrimonio de su cuñado Pepe, y Segundo Chapresto Torres, quizá el hermano menor de Paquita. Ambos habían nacido en Ojén con cuatro años de diferencia. Su sobrina tenía 30 años cuando se casó con un joven panadero de su misma edad y natural de Benagalbón, José Escobar Martín. Los recién casados se mudaron al número 9 de la calle Hospital de Bazán. Entonces, don Lucio les confió la gestión de su «mastren», situado a la vuelta de la esquina como tengo dicho. Durante los siguientes veinte años Segundo –que el Padrón Municipal de 1894 lo registra como “Segundo Chapresto Esposito”— se formó en el negocio familiar. Por cierto, es curioso como la oscura mentalidad del agente censal parece confirmar que el hijo de don Lucio y doña Antonia era adoptado.

Lucio Chapresto Giménez también destacó como político local. Tras la proclamación de «La Gloriosa» en Marbella, el 23 de septiembre de 1868, formará parte de la Junta provisional de Gobierno presidida por su vecino Pedro de Artola y Villalobos, quien, un par de años después, lo propondría para formar parte de la Junta municipal de Sanidad correspondiente al bienio 1871-1872.

El Ayuntamiento Constitucional constituido a principios de febrero de 1872 estaría presidido por Pedro de Artola y en el mismo se integraron cuatro concejales republicanos federales: Salvador Cortés Moreno, Antonio Álvarez Toro, Miguel Donoso Álvarez y Domingo Crego Pérez. Estos se opondrían a final de aquel mismo año a las dos ternas propuestas para el cargo de juez municipal por estar integradas por monárquicos dinásticos, entre los que se encontraba Lucio Chapresto, al que el alcalde Artola consideraba “hombres de bien y de acreditada capacidad”.

Pedro de Artola sería depuesto como alcalde por la República y repuesto tras la caída de esta. Permanecería en el cargo hasta primeros de 1875 en que se hizo con la presidencia de la Corporación Juan de Quijada, más conservador que él.

En marzo de 1877 un nuevo Ayuntamiento traería otra vez a la escena política local a Pedro de Artola y sus seguidores. Aunque la alcaldía recayó sobre Diego Romero Amores –que no sabía ni leer ni escribir—, la municipalidad estaba compuesta, entre otros por: Pedro de Artola y Villalobos, Ramón García Raya, Juan Fernández Belón, Amador Belón Pellizó, Tomás Domínguez Artola y Lucio Chapresto Giménez, que formaría parte de la sección permanente de Presupuestos y Pósitos. La primera propuesta del concejal Chapresto fue que se expusiera mensualmente para general conocimiento los ingresos y gastos del Ayuntamiento. Después exigió que se requiriese al encargado del ferrocarril minero, recién estrenado, el cumplimiento de los reglamentos sobre vías férreas en lo que se refería a la seguridad de los transeúntes, instalando las guardas, compuertas y pasos a nivel “para evitar desgracias” –precepto que nunca cumplió la compañía inglesa—.

El 22 de marzo de 1877 fue elegido miembro de la Junta de Primera Enseñanza y el 28 de junio del mismo año, primer teniente alcalde del Ayuntamiento Constitucional. El 29 de junio de 1877 presidiría el Pleno Lucio Chaptresto por delegación del alcalde, Diego Romero Amores. Tras la dimisión de este último el 5 de agosto alegando estar enfermo del hígado, será Lucio Chapresto quien desempeñe interinamente la alcaldía de Marbella hasta el 29 de septiembre de ese mismo año en que toma posesión como alcalde “el primer cacique, en sentido estricto, del régimen canovista en Marbella”, Tomás Domínguez Artola –que nos enseña el doctor Casado—. En realidad el espabilado alcalde analfabeto, Romero Amores, se quitó de en medio –que diría mi abuelo— del hecho de haber ingresado en la caja municipal 11.000 reales en lugar de los 20.000 correspondiente al depósito aportado por el contratista de consumos. Cinco días después, el alcalde interino, Lucio Chapresto, lo puso en conocimiento del juzgado de primera instancia de Marbella. No obstante, Diego Romero Amores volvería a ser alcalde en 1895 y nuevamente procesado por corrupción en 1896. Volvió a salir indemne y repuesto como alcalde en diciembre de 1897.

Paradójicamente, sería el arrendatario del impuesto de consumos quien terminó con la vida política de Lucio Chapresto. El 20 de febrero de 1878 el juez Carlos Álvarez-Ossorio y Pizarro decretó su suspensión tras incoarle causa por contrabando. No obstante, antes le dio lugar a cobrar las 84,25 pesetas por haber organizado la “corrida de gallos, cucañas y otros ocurridos en los festejos” por la boda regia de Alfonso XII.

Al final de sus día en la ciudad don Lucio tuvo que acudir al juzgado marbellí en varias ocasiones más pero, para denunciar el hurto de algún que otro jumento de su propiedad. La última vez en septiembre de 1894 cuando Juan Navarro Rojas, «el Berraco», intentó estafarlo en el trato de una caballería menor.

Hasta aquí mi aportación sobre un personaje de la Marbella decimonónica, con sus luces y sus sombras, al que no se le ha prestado interés por parte de los eruditos y cronistas locales, tal vez, por no ser «marbellero de estirpe» o de «pura cepa». Sin embargo, aunque desapareció como la cepa de la uva marbellí a finales del siglo XIX de nuestra ciudad, permaneció en ella ligado a su vida económica y política durante cuarenta años. En ese tiempo paseó el nombre de Marbella mientras endulzaba la vida de medio mundo con sus magníficos ceretes de higos secos imperiales, sus extraordinarias uvas pasas marbellíes y su excelente vino moscatel añejo que elaboraba en su hacienda de Las Chapas.

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